SIN TECHO NI LEY
Directora: Agnès Varda
Guión: Agnès Varda
Fotografía: Patrick Blossier
Montaje: Agnès Varda y Patricia Mazuy
Intérpretes: Sadrine Bonnaire, Macha Meril, Stephane Freiss.
Francia 1985
105 min.
Proyección: Jueves 8 de Noviembre
21:30 hs
La libertad se proyecta y resulta algo espectado, lejano, irrisorio, abstracto, imposible de alcanzar, o con un costo muy alto, en la mirada de otros, en la vivencia de Mona Bergeron, la libertad es un rapto del presente que deja consecuencias inconmensurables.
Mona (Sadrine Bonnaire) viaja sin rumbo y sin destino, se detiene apenas cuando encuentra algún abrigo atrayente.
Mona, como su creadora, Agnes Vardá se regocija en "el placer y la libertad de hacer lo que quiere en cada momento" se concede sin discreciones y al filo de cualquier consenso colectivo en relación de "cómo deberían ser realmente las cosas"; se adueña de lo pequeño, lo sencillo y lo simple de cualquier instante de la vida, sin pedir demasiado a cambio, Mona, observa y no hace nada o mucho.
En el medio, los límites de la propia moralidad de las personas encontradas al tránsito, horrorizadas ante la deformidad de una vida vagabunda, sin horizonte, ni destino claro. Pero ¿quienes son los otros expectantes que pueden jactarse de una vida con sentido absoluto de lo que debiere? ¿Refugiados en sus propias miserias burguesas?
La criada, que cuida a la vieja observa en Mona su deseo mas íntimo, que alguien la acaricie, a precio de preferir el vouyerismo que le impide atravesar su propia vida, un chico lindo en una foto, aunque la caricia nunca llegue. La vieja que no ve nada pero los mira a todos. La señora aseñorada, curando plátanos, armada en una vida de orden natural, al asombro exótico. Surge la hipócrita manera de llevar adelante las cosas, y Mona pega en lo más íntimo de la moral burguesa: deber tener un camino de la vida, un sentido porque vivir aunque ello no tuviese ningún sentido, inventarlo al menos. Y si esto no es posible, como el filósofo, que, cansado de la miseria del mundo se fue a cultivar su propia miseria con la tierra y las cabras; se define, tan marginal como ella, pero sumido a un trabajo arduo, el cual Mona ridiculiza como concepción de vida centrada en el esfuerzo, mientras ella sin hacer nada de nada, profesa los mismos principios filosóficos en la antítesis del trabajo.
Hastiada, nítida, Mona, tiene una mirada láser que atraviesa todo, con un pucho en la boca, y una campera maloliente, descubre la profundidad de las cosas, es decir, su sentido más mísero y mundano, el que más se pretende ocultar. De la caridad al desprecio absoluto, la persona y presencia de Mona deja huellas por donde pase, en un desconcierto basado en la propia certeza creada de la vida de los expectantes de la vida de otros.
Tan anónima, y reconstruida en la mirada de otros, quedó en la memoria de un instante de proyección de quienes la cruzaron. La persona de Mona pasó tan rápido por sus vidas, como un suspiro de libertad ante un pueblo absorto que mira y sabe que algo va a suceder o puede suceder.
Agnés Vardá reconstruye en pasajes la vida anónima de Mona, como fragmentos mínimos de un pasado amenazante, que aparece como un reflejo, un flash, pero que después no irrumpe en el devenir, es sólo eso, un destello, la ley y el orden, la madre, esa que nombra en algún lado. Mona toma el presente en cada momento, lo vive como un momento pleno, lo sustrae por asalto y transita hacia un futuro que no está prefijado, hasta que el presente le juega una mala pasada, y aquello que no fue labrado e imaginado no alcanza a llegar.
Para todos los que respiran en Mona un halo de libertad.
CM
para E.R.V